Siéntete bien
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Era un día en que el viento soplaba gélido a través de las calles para tropezarse con mi casa y hacer todo tipo de ruidos fantasmales. A través de la ventana podía percibir como la luna llena tornaba las casas pálidas como si estuvieran sin vida. Sólo mis pasos se oían por la casa. Me paré frente a un cuadro e intenté platicarle sobre un sentimiento que me producía la sensación de un nudo en la garganta. Primero lo saludé y en el cuadro una cara espectral se formó para responder a mi saludo, le pregunté que cómo iba todo y me contestó que todo iba bien, después su cara se esfumó dejando una estela como la que deja el humo de un cigarrillo. Pregunté nuevamente si estaba ahí y no hubo respuesta, la estela fantasmal seguía ahí pero como un esfera de humo sin expresión alguna. Intenté lo mismo con tres cuadros más, con algunos pude llegar al comienzo de mi historia, pero a los pocos segundos también se esfumaron como el primero. Mi nudo se hizo más grande, de pronto sentía un torniquete sobre mi corazón y caí a la cama con la respiración entrecortada. Con un gran esfuerzo logré arrastrarme hacia el teléfono, sabía que ella me escucharía. A los pocos minutos de llamarla estaría aquí para ayudarme, pensé.
Estábamos sentados en la mesa de la sala, yo le hablaba:
-Es increíble que hoy en día tengamos tanta tecnología para comunicarnos y no logremos hacerlo. Puedo comunicarme por la red con alguien al otro lado del mundo. Tengo cientos de contactos de toda mi vida que están allí en la red, los años pasan y ni un saludo, se vuelven espectros. Hasta yo me he vuelto un espectro para muchos otros. Es absurdo ver como en un mundo moderno donde podemos mandar mensajes a la velocidad de la luz esta cada vez más incomunicado.
–Lo sé amigo, –dijo ella con una voz suave y confortadora– por eso siempre estoy aquí disponible para ti para escucharte.
–Gracias por venir. Recuerdo que hace unos años estaba comunicándome a través de un chat con un amigo, todo iba muy bien, hasta que luego pasaron dos años y hasta la fecha no he vuelto a saber de él, siempre está desconectado. Así fue cómo llegué a tener más de mil amigos, pregúntame con cuántos entablaba una conversación que durará más de dos minutos, pregúntame con cuántos de verdad hubo algún intercambio valioso o afectuoso, pregúntame si la amistad se profundizó con alguno de ellos.
–Vamos amigo –habló ella– dime que te aqueja déjalo salir.
–Qué me aqueja, qué me aqueja, es buena pregunta– continué con un tono de voz más elevado– Lo qué me aqueja es un coraje profundo, de todas esas personas a mi alrededor. ¡No son más que una bola de ególatras! ¡Y yo también! ¡Me aqueja este sistema de mierda! Que nos separa, que no nos deja dedicarles a las personas el tiempo necesario para crear lazos. ¡Este pinche sistema! Que nos inserta todo tipo de miedos, que nos exprime con trabajos que absorben todo el tiempo y nos aleja de nuestros hijos y seres queridos, que nos inyecta enormes dosis de ego y nos hace arrogantes con cero de humanidad creyendo que podemos dominar a todos y al mundo. ¡Que sólo nos enseña a sembrar orgullo y rencores hacia los demás! ¡Este sistema es un putrefacto mierdero! En donde la marca es más importante que los lazos amistosos. En donde eres apreciado por la riqueza y no por tu persona. En donde nadie quiere reflexionar y ser parte del cambio… ¡Me frustra! ¡Grrrrrr…..! ¡En donde todo se está convirtiendo en mercancías¡
Con esas últimas palabras que se habían convertido ya en gritos, sentí como mis miembros se tensaron y me encogí de hombros para luego comenzar a soltar las primeras lágrimas. Vi como ella me miraba con una expresión de tristeza para luego levantarse de su lugar y consolarme entre sus brazos.
–Vamos, vamos, no digas eso. Sé qué es una gran ironía que vivamos en una ciudad con millones de habitantes y deberíamos tener más contacto con la gente y no es así. Que los embotellamientos agotan, que la mala planeación de las urbes, con sus consecuencias, nos roba tiempo. Y ni se diga de la burocracia y los miles de deberes cotidianos de una familia. Nos hacen sentir que nuestro tiempo se nos va como el agua entre las manos. Pero así es este mundo y este sistema, nada podemos hacer para cambiarlo y ni te empeñes en hacerlo de nada sirve. Lo bueno es que existimos personas como yo educadas profesionalmente para reconfortar a todo tipo de personas, pero desgraciadamente ya se te terminó tu tiempo ¿Quieres abonar otra hora?
–Sí –contesté rápido– por favor quédate otra hora.
Del bolsillo saqué un billete. Me sentía definitivamente mucho mejor y entre sus brazos continué platicando todo tipo de cosas triviales hasta llegar a otra hora, volví a pagar y en toda esa noche tuve la necesaria compañía de mi amiga profesional, especialista en re- confortamiento de la empresa de servicios: “Siéntete bien”.
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