viernes, 18 de noviembre de 2011

LA SEXÓLOGA

Con los ojos comprimidos por una tela negra, y como una flor mojada de cuatro pétalos, ella se sentía extasiada, sobre todo después de una serie de fantasías que le habían contado. Estaba amarrada en el suelo con cuerdas que iban a los diferentes ángulos del cuarto. Las que sostenían sus piernas hacían que éstas quedaran abiertas como un par de puertas hacia el placer.
-¿Cómo te sientes ahora amarrada? – preguntó la mujer que la acompañaba.
-Pues me siento algo extraña- dijo ella.
-Necesito que te quites las pantaletas, no te lo tomes a mal, confía en mí. Sé que llevas ya más de dos meses intentando todo lo que te he dicho, caricias, posiciones, etc., y no has logrado nada, pero, sin duda has avanzado y estoy segura que hoy lo lograremos.
Ella procedió a quitarse las pantaletas con un poco de recelo, pero decidió soltarse porque había depositado toda su confianza en aquella mujer, ya que sí había sentido grandes progresos. Y al parecer toda esa situación inesperada la estaba excitando aún más. Su mini falda se había subido hasta su cintura y se apreciaba su sexo completamente húmedo, mientras una máquina destinada a complacer a la más insaciable se dirigía hacia su vagina. Era un tubo de larga longitud al que se le podía embonar todo tipo de consoladores. La mujer procedió a colocar uno de tamaño medio y poco a poco fue posicionando el tubo cerca de ella para enseguida introducírselo. Ella soltó un gemido mientras sentía como se mojaba más. La mujer encendió la máquina que comenzó a sumir y sacar el consolador lentamente. Ella se retorció sintiendo cómo el placer la invadía desde su sexo para subir a través de cada vertebra hasta llegar a su cuello y terminar en su boca donde perdía el aliento. Al ver eso, la mujer desenfundó un látigo, y con una maniobra que denotaba gran habilidad, dio exactamente en la nalga izquierda de ella, quien soltó un grito ensordecedor:
- ¡Estúpida! ¡Eso dolió! -dijo agitada, pero después de unos minutos en que la máquina oscilaba más rápido pudo sentir un placer que jamás había experimentado. De pronto la máquina parecía un taladro y la mujer le tiró varios chicotazos más en sus nalgas que se agitaban como un par de gelatinas, sus piernas parecían dos seres ahogándose en cierta agua profunda. Levantaba la pelvis que parecía pedir clemencia pero a la vez solicitaba más. De pronto la mujer paró la máquina y ella agitada como nunca, jadeaba sin cesar. La mujer le dijo en un tono sádico:
- ¡De verdad eres difícil, pero de aquí no saldrás sin haber terminado!
Se produjo un breve silencio, un espacio de tiempo en que ella se limitó a sentir y recordar:
Unos meses antes, ella y sus amigas, estaban sentadas en el fondo de un restaurante donde habían quedado en encontrarse aquel viernes por la tarde. Un restaurante exótico pero de buen gusto. Entraron en todo tipo de pláticas, sobre sus trabajos, sus proyectos, sus relaciones y de pronto entraron en temas cachondos.
-Hay cómo dices eso - exclamó ella dirigiéndose hacia su amiga robusta de pechos sugestivos - ¡Cómo que te imaginaste a tu vecino mientras lo hacías con tu esposo! ¡Eres una pervertida!
- ¡Cálmate! -respondió su amiga con cara de estar recordando un gran momento- Seré una pervertida, ¡Pero qué orgasmo, qué orgasmo!
Todas reían y ella se quedaba callada con cara de disgusto.
-Vamos, vamos no me digas que tu nunca te has imaginado a alguien más cuando lo haces con tu esposo – le preguntó su amiga la delgada de piernas impecables y continuó – yo me he imaginado hasta a mis primos y una vez hasta a mi hermano el mayor.
-¡Cómo crees! – dijo ella con cara de espanto.
- Uyyy amiga – habló su amiga la bien formada de enormes pompis – yo hasta sobrinos, yo me valgo de todo: artistas, maestros, me imagino hasta orgías donde hasta algunas de ustedes han participado, ji, ji, ji.
-Ja,ja,ja –todas rieron- eres una pecadora ja,ja,ja. –agregaron.
Ella después de escuchar todo eso presentaba una cara pálida. Entonces su amiga de pechos sugestivos toda agitada con una gran sonrisa volteó hacia ella y le preguntó:
-¿Cuéntanos y tu cómo le haces para llegar?
Ella no respondió y un par de lágrimas salieron de sus ojos. La amiga de grandes nalgas que era la que más congeniaba con ella la tomó de la mano y la sacó de la mesa para llevarla a los sanitarios. Mientras caminaban hacia allá, su amiga le preguntó:
-¿Estás bien?
-Sí, lo estoy, pero es que ustedes hablan muy abiertamente y esa última pregunta no me gustó.
-Pero ¿Por qué no te gustó?
Volvió a callar y escondió sus ojos mirando hacia el suelo. Entonces su amiga le levantó la cara con la mano sobre la barbilla. Al mirarla adivinó qué andaba mal.
-¿No has llegado jamás verdad?
Ella no volvió a contestar simplemente hablar de todo eso le causaba mucho problema. Pero sus ojos lo decían todo. Entonces se animó.
-No, no he llegado, pero disfruto enormemente con mi esposo. Y jamás tendría yo porque imaginarme a alguien más para sentirme complacida.
-Pero jamás has experimentado uno tu sola, ¿Te tocas?
-No, bueno, me toco, pero me aburro. A mí me encanta cuándo y cómo mi pareja me toca. Es que simplemente esos temas no son mi fuerte sabes.
Su amiga volteó con una sonrisa, sabía cómo se sentía ella, pues tres años atrás tampoco había experimentado algún orgasmo. Le tomó la cara con sus dos manos y le hizo mirarla a sus ojos.
-¿Amiga pero tú quieres llegar a un orgasmo algún día verdad?
-Pues, no lo sé, todo mundo habla maravillas de eso. Yo siento curiosidad, pero no sé, no es lo mío, no sé si me entiendas.
-Te entiendo más que a nadie y sé cómo podemos resolver tu problemita.
En ese instante le paso los datos de una sexóloga. Le advirtió que era un poco excéntrica. Que vivía en una especie de castillo y que le gustaba coleccionar todo tipo de máquinas de tortura. Le dijo que no se fijara en esas cosas, que simplemente se dejara guiar por la sexóloga siguiendo al pie de la letra sus consejos y que en menos de un par de meses le sacaría un orgasmo.
Detrás de la venda negra, se limitaba a sentir y en cierta forma agradecer, aquella conversación con sus amigas que la había traído a ese momento que estaba viviendo.
La sexóloga de un gran estuche sacó un consolador de tamaño medio, lleno de relieves, dispuestos para estimular cada rincón de la vagina y lo embonó en el tubo de la máquina.
-¡Déjeme ir, usted está loca! -Dijo ella.
-No, no, no. No te vas de aquí hasta que termines -Dijo la sexóloga mientras le volvía a introducir la máquina y la encendía.
Ella lanzó otro gemido fuerte de placer. La sexóloga volvió a chicotearla varias veces. Ella empezó a sentir por todo su cuerpo sensaciones que jamás había experimentado antes. La sexóloga aceleró la máquina y observó cómo las piernas de ella se ponían tensas, tensas, tensas. Entonces se acerco a su cara y le dio un par de bofetadas. Ella se sacudió y grito:
-¡Cabrona suéltame ya! -Pero por dentro deseaba eso, estaba experimentando un gran placer, estaba al borde y lo podía sentir. Entonces de pronto un fluido claro transparente fue expulsado con gran fuerza desde su vagina. La sexóloga percibió cómo varias partes del cuerpo sufrían todo tipo de espasmos y como expulsaba un enorme gemido de delectación, para luego relajar por completo su cuerpo.
-Ahí lo tienes. -dijo con voz orgullosa. -¡Pero esto no se acaba aquí!- -continuó -Ahora viene lo mejor. ¡Igor termínala! -ordenó con un gesto libidinoso.
De pronto, ella sintió la fuerza de un hombre que tomó sus piernas y un pene que se introdujo con violencia. Aquel hombre como un brutal animal comenzó con movimientos pélvicos salvajes, hasta que ella volvió a soltar un gemido. De pronto el hombre pareció cansarse y un chicotazo resonó por el cuarto.
-¡Termínala he ordenado! -sonaron varios latigazos más y el hombre continuó con toda su energía, parecía un gorila excitado. De pronto ella sintió otra vez sus piernas duras y un espasmo desde abajo recorrió todo su cuerpo, el hombre también llegó a su fin con un gran gruñido, abatido sobre de ella. Yacían los dos en el suelo, sin aliento. Ella no podía creer lo que había pasado, no paraba de pensar en su esposo y en la infidelidad que acababa de cometer. De pronto unas manos le quitaron la venda, rápidamente miró entres sus piernas a aquel hombre: era su marido.



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