viernes, 21 de octubre de 2011

EL PUEBLO MOSQUEADO

Aquel hombre tenía una casa en las afueras de un pueblo de cerca de mil habitantes. Se había instalado hacía apenas un año. Era una casa pequeña pero con un gran terreno.  Los pocos vecinos que tenía eran vulcanizadoras, moteles y algunas casas sin terminar de construir. En un pueblo donde el pasatiempo principal son los menesteres de otros, aquel hombre se convirtió en un misterio. Profundizó el enigma, el hecho de que con las pocas personas que hablaba, jamás mencionaba su ocupación. Lo habían visto solo tres veces en el año, en la pequeña biblioteca municipal. Jamás se le vio en el mercado, ni en el tianguis de los sábados, ni siquiera salía a comprar cosas a las tienditas del centro. “Yo le he visto afuerita de su casa sentao en su terracita en una mesita que tiene, con una computadora portátil, se queda ahí ajuerita un par de horas y vuelve a entrar” dijo una vecina. No había día que en el mercado, en el tianguis, en el centro, en las fiestas o en la iglesia que no se rumorara algo sobre él. “Posiblemente es un narco” decían unos “Pero no se viste como uno de ellos” contestaba otro “Pero no todos los narcos son iguales, yo he escuchado que unos son muy educados” conjeturó otro y así se tejieron miles de teorías sobre él.
Después de dos años del mismo hermetismo, el pueblo fue testigo de cómo la casa de aquel hombre aumentó cinco veces su tamaño, de cómo construyó una barda alrededor de su terreno y de cómo llegaron todo tipo de muebles exóticos. Los vecinos sedientos de curiosidad mandaron a sus niños para que espiaran a aquel hombre. “Hay una alberca enorme” dijeron los niños al mismo tiempo “hay palmeras por todas partes y su casa es enorme, enorme, enorme” dijo otro niño mayor y continuó “Hay mucha gente ahí trabajando, pero el sólo está sentado en su mesita escribiendo” “Sí, sí también hemos visto que llegan muchos extranjeros y siempre le piden que firme algunos libros que sacan de sus autos, se quedan un rato y se van” dijo el mayor de los chiquillos “Pero también algunos de esos extranjeros le dejan regalos y se toman fotos con él” agregó el menor.
Los rumores comenzaron a ser un escándalo, la gente pensaba lo peor. Un día en la plaza del pueblo se congregó una muchedumbre. “¡Es un narco, de seguro!” decían “Tenemos que denunciarlo como dicen en la tele y bueno pues ¿Qué el alcalde no está al tanto?” dijo un señor con muchas canas “El alcalde dice que paga sus impuestos y todos sus servicios, que no hay nada mal con él” dijo una señora y continuó “También dice que el señor pide discreción con su ocupación” “¡Discreción!” continuó el señor de las canas alterado “!Nuestro alcalde está comprado¡ ¡Eso es lo que pasa! No han oído lo mal que está el país, toda la violencia que hay. Tenemos que hacer algo si no terminaremos secuestrados como muchos otros pueblos del norte que ahora no son más que pueblos fantasmas” “Hay que notificar a la policía” dijo una mujer joven “¡La policía no! De seguro también está comprada, estas personas tienen dinero para comprar a medio mundo, corrompen todo lo que hay a su paso. Tenemos que acabar con él antes de que nos secuestre y acabe con nuestro bienestar. Ahorita sólo lo vemos a él, pero ¿Quién dice que en unos días no lleguen sus matones y empiecen a manchar de sangre el pueblo?” continuó el señor de las canas quien logró ganarse el apoyo de cientos de personas decididas a hacer algo para evitar cualquier infortunio.  Ese mismo día más tarde juntaron todo tipo de cosas que les pudieran servir como armas, entre ellas palos, cuchillos, hachas, machetes, pica hielos, martillos y hasta una hoz. Por la noche la muchedumbre se congregó con decenas de autos a la entrada de la casa del hombre. Todos se quedaron en sus autos. Sólo el señor de las canas bajó y tocó el timbre que estaba sobre la gran pared de entrada. Después de unos minutos el hombre abrió la puerta. La gente desde sus autos vio cómo el señor de las canas le apuntaba con una pequeña pistola y le ordenaba salir.  Hombres y mujeres bajaron de sus autos con todo lo que habían recolectado como armas. Vieron lo pálido que se había puesto aquel hombre. Una señora gritó “¡Sucio narco!” otra gritó “¡Muera cochino narco!” luego todos decían “¡Qué muera!”. Entonces se oyó tímidamente la voz de aquel hombre: “Pero yo no soy un narco, soy escritor, se los puedo demostrar”  metió las manos a sus bolsillos de donde quiso sacar su cartera, pero con el nerviosismo, sólo logró sacar una bolsa llena de mariguana. “No, no, Les juro que yo no trafico con esto, sólo la uso para inspirarme” dijo espantado. Aquel hombre continuó esculcando sus bolsillos para sacar su cartera y mientras la abría quiso decir algo más pero una pedrada en la cabeza le hizo perder el conocimiento. El señor de las canas tomó la cartera y la bolsa de mariguana mostrando las dos cosas a la multitud cada vez más atizada y dijo “Lo de la cartera se puede falsificar, pero esta bolsita de droga todos sabemos que es ¡Qué no nos quiera ver la cara! ¡Es un sucio narco!”. Una mujer de la aglomeración sacó una soga mientras la gente enardecida le tiraba más piedras y le pateaban. La mujer entregó la cuerda a uno de los hombres quien la paso por el tronco de un árbol cercano a la casa. Otros tres arrastraron al hombre y le pasaron la cuerda por el cuello. Entre cuatro hombres jalaron la cuerda hasta levantar el cuerpo. Todos gritaban “Muérete sucio narco” Aquel hombre recobró la conciencia, se tomó el cuello con desesperación, se le salieron los ojos, dio varias patadas y entonces su lengua se estiró grande y su cuerpo quedó flácido, cesaron los movimientos. La multitud guardó silencio y regresaron a sus autos para marcharse.
Un día después, unos extranjeros descubrieron el cuerpo colgado. Los extranjeros escribieron en varios sitios sociales de Internet que el escritor novelista Juan Gómez Tello había muerto y subieron las fotos. En las noticias locales sólo se informó que seguramente había sido un ajuste de cuentas y no se procedió a investigar nada. Mientras tanto del otro lado del océano en Francia miles de personas realizaban marchas lamentando la muerte de aquel hombre.
Una noche, en un canal de televisión local, después de las telenovelas una noticia dejaría perplejos a la gente de aquel pueblo  “El hombre que fue ejecutado días atrás era un escritor mexicano famoso en países Francófonos, casi desconocido en México”. El canal pasó una entrevista que años atrás le había realizado un canal cultural que no llegaba hasta ese pueblo “¿Y entonces dice usted que encontró admiradores de sus historias en los países francófonos y que ninguna editorial mexicana le abrió las puertas?”, preguntaba el periodista. “Correcto, yo escribí mis novelas en español y toqué las puertas de muchas editoriales mexicanas y no hubo respuesta, después en broma le dije a una amiga ecuatoriana que domina el francés que debería traducir mis historias a esa lengua y buscar editores en Francia. Entonces ella me dijo, déjamelo a mí  yo te las traduzco además tengo una amiga que es editora. Mi amiga tradujo en un par de meses mis novelas, se las pasó a su conocida editora quien quedó asombrada, de inmediato me imprimieron un par de libros y en menos de un año había vendido nueve mil quinientas copias y mis obras no paraban de venderse. Después me pidieron más, pero yo necesitaba un lugar más tranquilo que la ciudad, un lugar donde pudiera concentrarme mejor, con aire puro, busqué la musa de la tranquilidad y fue entonces que decidí irme a un pueblo pequeño…” Ante tal noticia, en el pueblo reinó el silencio, y muchos se miraron el uno al otro con ojos grandes, sin decir una palabra.




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