Vía exprés
Imagen generada con ChatGPT.
Aquel día de verano todo brillaba como si la vida misma fuera un astro con luz propia. Había logrado terminar sus estudios y lo mejor de todo es que tenía firmado un contrato para trabajar como ejecutivo en una empresa de tecnologías de la información. Fue válido el esfuerzo de pagar una de las universidades más caras y prestigiosas de la región. Había rendido frutos el trabajo duro y los sacrificios que hizo en esa universidad en las afueras de la ciudad donde vivió durante casi cinco años y que estaba a punto de abandonar. Como el contrato lo indicaba pasarían por él para su primer día de trabajo. Se asomó por la ventana del dormitorio en la universidad y distinguió una limosina de la cual bajó una persona con la vestimenta de un chofer quien tocó a la puerta del dormitorio.
-Sr. Vengo por usted para llevarlo a la empresa ¿Está listo? –dijo el chofer después de que él abriera la puerta.
-Sí, estoy listo, podemos irnos.
Ya en camino, notó que llegaban a lo que llamaban la famosa Vía Express y vio que el chofer sacaba una tarjeta que era leída por un sensor, inmediatamente se abrió el paso y entraron a una autopista que pasaba por encima de la ciudad. Observó lo elevada que era, tan elevada que las casas lucían como pequeños cuadros y las manzanas como cuadros más grandes. Calculó que los pilares que sostenían aquella autopista, se elevaban unos cien metros por encima de la ciudad. Luego distinguió varias bifurcaciones de la vía que salían hacia diferentes destinos. Iban a gran velocidad y solo se veían autos de lujo. De pronto a un costado suyo pasó una gran camioneta con una mujer joven llena de alhajas, una cara que parecía de porcelana y vestida muy a la moda. Le llamó la atención la limpieza de la ruta. Hacia adelante, la ciudad parecía no tener fin y en algunas partes vio unas nubes negras por debajo de la estructura que ocultaban la ciudad. Entraron en una curva muy inclinada que permitió ver la ciudad por debajo de la vía. El panorama le mostró colas enormes de autos que avanzaban a paso de tortuga. Entonces llegaron a la empresa cuya puerta de entrada conectaba directo con la vía. Cinco años después, se convirtió en un ejecutivo de primera clase con una familia de dos niños y una adorable esposa. Una gran dicha lo acompañaba cada vez que arribaba a la nueva residencia que había comprado para que su familia tuviera más espacio. Estaba dentro de un barrio privado con seguridad al entrar. Allí todo lucía en perfecto orden y olía muy bien. La gente era muy respetuosa y vestían como salidos de un mundo perfecto. Solo tenía que preocuparse por sacar adelante sus problemas laborales, lo demás venía en consecuencia. Se sentía exitoso. Sabía que algunas veces tenía que quedarse hasta tarde trabajando y que su vida casi pertenecía a la empresa, pero todo valía por el bienestar de su familia y su seguridad económica.
Tiempo después, en una charla que tuvo con un compañero, una noticia lo dejó nervioso. “Hay rumores de que toda nuestra área será cerrada.” Dijo su compañero. “¡Qué! Pero no entiendo, si no hemos parado de expandirnos y en todo el año ha habido números positivos.” dijo inquieto “Pero qué no has leído las noticias. Todas las bolsas del mundo están en picada. Nadie está comprando. Todo está estancado ahorita. Todo por la crisis hipotecaria de nuestros vecinos. Ha sido todo un efecto dominó y nos está pegando duro.”
Un mes después de esa plática encontró los resultados del fin de año en uno de sus e-mails. Noventa y siete por ciento menos de ventas. Sintió incertidumbre por todas partes, como si se tratara de un barco que estuviera a punto de hundirse. Ese mismo día por la tarde el jefe convocó a una junta y él se presentó junto con otros veinte ejecutivos. Lo escuchó ordenar “Tenemos un mes para recortar a todos los empleados.” Fue el mandato. Sintió un peso enorme sobre sí y una culpabilidad monumental, así como una enorme frustración por no poder manejar lo que pasaba.
Un mes después su jefe citó de nuevo a los veinte ejecutivos a una junta por la tarde y habló: “Tenemos treinta días para encontrar un puesto nuevo dentro de la empresa, de lo contrario seremos recortados. Nos entrevistarán en todas las áreas que no han tenido bajas y veremos si tenemos una oportunidad. A partir de mañana empezamos. Les deseo suerte.”
No pasaron ni dos días y escuchó al dueño de la empresa declarar la bancarrota. Después de la debacle, su reflejo inmediato fue buscar empleo en otras empresas. Preparó su curriculum y lo envió a cientos de compañías, tuvo decenas de entrevistas, pero todo era inútil, muchas de ellas también estaban recortando a cientos. Ahora tenía que competir con todos ellos por un puesto. Lo que más le preocupaba era cómo seguiría pagando la gran hipoteca contraída por la casa, la educación de sus hijos y todos los gastos familiares. Hizo cálculos y tenía dinero para apenas cuatro meses. En ese período tendría que encontrar un empleo.
Cuatro meses después, leyó en los periódicos que la crisis todavía no había tocado fondo. Hizo cuentas y ya estaba viviendo con el crédito de varias tarjetas de banco. Sus deudas se estaban profundizando.
Unos días después, su hijo acusó un profundo dolor de muelas. El niño le dijo que se había estado aguantando porque sabía de la situación a lo cual él respondió que el dolor no debe aguantarse. Al no tener más seguro de salud privado, el anterior había expirado con el empleo pasado, decidió llevarlo a una clínica pública. Salieron, pero al no poder pagar la Vía Express tuvo que dirigirse por las calles de la ciudad. Mientras iban por las calles, observaron casas sucias, basura por todas partes y el auto no paraba de tambalearse por tanto bache. Volteó a ver a su hijo quien llevaba una expresión de miedo por lo que veía. Los semáforos estaban todos chuecos y doblados. Pasó una hora y no habían avanzado ni cincuenta metros a causa del tráfico. Los dos se sentían sofocados y atrapados ante todo ese espectáculo caótico. Abrió la ventana para preguntar cuál era la mejor salida y sintió un terrible tufo a hollín que lo hizo toser varias veces. Una señora que se acercó para darles señas con una gran sonrisa mostró varios dientes faltantes, pero con gusto les ayudó. Nunca se imaginó semejante miseria. Por donde quiera se apreciaban grafitis en las paredes. No podía creer el enorme caos por el cual estaba atravesando. Notaron con estupefacción la cantidad de ruido que había en los negocios que ponían bocinas enormes con música popular para atraer más clientes. Vieron los ruidosos y viejos camiones públicos llenos de gente colgando de las puertas. Los dos se miraron con la cara pálida, llenos de horror ante aquel espectáculo. Bien escamados, continuaron a vuelta de rueda hasta que por fin llegaron a la clínica donde se encontraron con tres grandes colas a las cuales no se les veía fin. Preguntaron en qué parte podían ser atendidos y un policía gordo, con el uniforme sucio y los dientes amarillos les señaló la cola kilométrica que habían visto al llegar. Se miraron el uno al otro como no pudiendo creer lo que les estaba pasando. Se quedaron en la cola hasta el anochecer y finalmente llegaron ante la recepcionista que les preguntó: “¿Cuál es el problema?” “Mi hijo tiene una muela que le duele mucho”, respondió. La mujer lucía una ropa anticuada, anteojos enormes de color verde moho y con cara de déspota les entregó una ficha sin dirigirles la mirada. Él leyó la ficha y asombrado exclamó “¡En un año van a atender a mi hijo! ¡Esto es una urgencia! Mi hijo trae un dolor severo de muela. ¡Esto es una locura!” la mujer sólo dijo “Siguiente” En ese mismo momento el celular sonó y él contestó de inmediato. Estuvo unos minutos platicando y colgó. Volteó hacia su hijo con una gran sonrisa y un tono de voz relajado “Vámonos hijo, una nueva empresa me emplea a partir de la semana que viene. Iremos a una clínica dental particular para atenderte, todo saldrá bien” y le guiñó el ojo.
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