Hiper Silencio Cognitivo
En la megalópolis de Lumnia-Prime, nadie leía, nadie pensaba. O al menos, nadie lo hacía por su cuenta. La ciudad estaba conectada a NeuroFeed, un sistema que transmitía contenido directamente a chips insertados en los cerebros de todos los ciudadanos. No era necesario buscar información; el algoritmo lo hacía por ti, alimentándote con lo que "realmente importaba": escándalos de ídolos sintéticos, peleas virales, predicciones absurdas de autoproclamados visionarios. Todo diseñado para mantener el Contrato Cognitivo en su punto máximo.
Desde niño, Nash había sentido que algo no encajaba. Mientras sus compañeros se reían con los últimos dramas de los ídolos sintéticos, él se preguntaba por qué los libros habían casi desaparecido, por qué nadie recordaba lo que era aprender por curiosidad sin la sugerencia de un algoritmo. Siempre había sido curioso y, con el tiempo, había acumulado libros abandonados que la gente le regalaba sin dudarlo.
—¿En serio lo quieres? Tómalo, aquí nadie lee. ¿Quién lee en estos tiempos? Ya no hace falta, para eso están los algoritmos. Ellos nos dan lo esencial: relatos, películas, noticias, cursos, tutoriales, todo ajustado a nuestros gustos y preferencias —le dijo un adulto una vez.
Pero Nash pensaba diferente. En los libros encontraba paz, estructura, claridad, intimidad… y, sobre todo, silencio. Todo lo demás era solo ruido: notificaciones constantes, alertas interminables, distracciones sin fin. Por suerte, aún podía desconectar el chip y perderse en sus lecturas.
Nash trabajaba como archivista en la Biblioteca del Conocimiento Perdido, un lugar que pocos visitaban y que, según los datos oficiales, ni siquiera existía. Su labor consistía en restaurar fragmentos de información antigua: textos y grabaciones de una época en la que la gente buscaba aprender, debatir, imaginar. Un tiempo en el que soñar con ser científico o ingeniero era común, donde la filosofía inspiraba admiración y los influencers no solo entretenían, sino que compartían conocimientos sobre el cosmos, la vida marina, la naturaleza, la microbiota, las estrellas… Pero en un mundo donde pensar demasiado reducía tu Contrato Cognitivo y cuestionar significaba perder privilegios, la Biblioteca no era más que un relicto obsoleto.
Un día, mientras analizaba archivos olvidados, Nash encontró un antiguo manifiesto: "El Valor del Pensamiento Crítico". Era un texto simple, pero hablaba de una realidad completamente ajena a la suya, de un tiempo en el que la gente debatía ideas y compartía conocimientos sin filtros ni restricciones. Movido por la curiosidad, intentó compartirlo en la red. Lo publicó en un canal independiente, oculto entre la maraña de datos. Esperó.
Nada ocurrió.
El algoritmo ignoró su publicación. La gente, acostumbrada al flujo constante de banalidades, no lo vio. Frustrado, Nash intentó nuevamente, esta vez disfrazándolo como un escándalo: "Descubren documento secreto que revela la verdad sobre Lumnia-Prime". En cuestión de minutos, miles de personas accedieron al enlace. Pero, al abrirlo, lo descartaban rápidamente. No tenía imágenes impactantes, no presentaba teorías de conspiración, no era un reto peligroso o ridículo, no hablaba de las vidas íntimas de los actores o influencers de moda, no había bromas pesadas hacia los sintéticos, no trataba sobre las intrigas de la farándula, no contenía ataques personales, ni gatos o perros haciendo monerías, ni fotos de platillos deliciosos. No despertaba una respuesta inmediata. No era lo que sus cerebros entrenados esperaban.
Semanas después, una notificación inesperada interrumpió su resignación: un me gusta. Un solo comentario. Breve, pero demoledor.
"Lo que publicas es un gran contenido. Tener pensamiento crítico ha sido ridiculizado; el amor a la cultura, al conocimiento y al discernimiento ha sido aniquilado. No te daré detalles porque mi Contrato Cognitivo, al solo mencionar esto, ya está en peligro de descender. Recuerda: este sistema no es la realidad."
Por un instante, Nash sintió vértigo. No estaba solo. Alguien más había leído, comprendido, cuestionado. Pero la certeza le duró apenas un segundo: aquel mensaje, tan frágil como él, ya estaba condenado al olvido. ¿Quién lo había escrito? ¿Seguiría ahí mañana? ¿O el sistema lo borraría, como todo lo que amenazaba su equilibrio?
No hacía falta borrarlo. El mensaje permaneció allí, inmóvil, ignorado por todos. Nadie más lo leyó. La gente estaba demasiado inmersa en el sistema, demasiado atrapada en su inercia. Incluso aquellos que alcanzaban a vislumbrar la verdad eran arrastrados de vuelta por la corriente.
Su Contrato Cognitivo comenzó a caer. Notificaciones de advertencia aparecieron en su interfaz visual: "Contenido de baja relevancia detectado. Tu índice de valor social ha disminuido un 15%". Si continuaba así, perdería acceso a beneficios, podría incluso volverse invisible dentro del sistema. La única forma de mantenerse en la red era ceder, consumir lo mismo que todos los demás.
Pero Nash ya no podía volver atrás. Ahora veía con claridad el engranaje oculto de Lumnia-Prime: la ignorancia no era casualidad, sino la base del sistema. El conocimiento real no solo no era rentable, sino peligroso. Quienes cuestionaban demasiado, simplemente desaparecían o se silenciaban al bajar su Contrato Cognitivo.
En un mundo como Lumnia-Prime, el propio sistema sostenía a quienes, como Nash, se sumergían en el flujo incesante de entretenimiento y consumo. Su trabajo en la Biblioteca del Conocimiento Perdido era poco más que un pasatiempo; lo que ganaba apenas alcanzaba para mantener a su familia: su esposa Lina, su gran amor, y su pequeña hija Atzasara, su segundo tesoro. Pero la red lo proveía de lo esencial: comida, hogar e incluso las interacciones sociales que ahora formaban parte de su rutina diaria.
Al día siguiente, Nash sintió que el mundo había cambiado en un parpadeo. La Biblioteca ya no estaba. No cerrada, no clausurada, sino borrada. Como si jamás hubiera existido, como si cada rastro de su historia hubiera sido extirpado, como un tumor que amenazaba la estabilidad del sistema. Respiró con ansiedad. Podría haber sido él el desaparecido. ¿Por qué no lo eliminaron también? Entonces lo entendió: no necesitaban acabar con él, solo convertirlo en otra pieza más del engranaje. Pensar no era rentable. Cuestionar ponía en riesgo el sistema. La ignorancia, en cambio, lo sostenía todo, alimentando un flujo constante de consumo y entretenimiento vacío. Querían mareas de desinformación que ahogaran cualquier destello de lucidez. Y él… él no era la excepción. Porque ¿qué otro camino podía tomar? Perder su Contrato Cognitivo significaba perderlo todo: estabilidad, sustento, a su familia. No podía permitirse pensar en alternativas. No si quería sobrevivir.
Caminó hasta donde solía estar la entrada de la Biblioteca del Conocimiento, pero lo que encontró fue un muro liso, sin puertas ni ventanas. La gente pasaba sin detenerse, sin sospechar que alguna vez allí existió un refugio para el pensamiento.
Una alerta parpadeó en su interfaz visual: "Recupera tu índice de valor social. Consume contenido relevante". Instintivamente, Nash parpadeó y la notificación desapareció. Pero el mensaje ya estaba dentro de su cabeza. No había escapatoria.
Tal vez así era mejor. Tal vez el error había sido suyo al intentar desafiar lo inevitable. Si nadie más luchaba, ¿qué derecho tenía él a hacerlo?
Entonces, Nash continuó consumiendo, ya sin trabajo, atrapado en un ciclo interminable. Su Contrato Cognitivo alcanzó el 100%, y él contribuyó activamente a viralizar una avalancha de contenidos frívolos. Durante las comidas, reía con su esposa e hijos, disfrutando de toda clase de banalidades. Y cuando un sobrino osado intentó cuestionar el sistema, Nash se erigió como un martillo imponente que aplasta a un clavo rebelde. Lo entendía con una claridad amarga, lo sabía en lo más profundo de su ser.
Nash asimiló, con una pena profunda que le perforaba el alma, que el mayor silencio no era la ausencia de palabras, sino la extinción del pensamiento. Y así, en Lumnia-Prime, el silencio fue absoluto, un silencio tan denso que ni las penas ni el dolor podrían escapar a su manto.
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