¿Sueñas que se Te Caen los Dientes? Descubre el Oscuro Significado

Aún no amanecía en la Ciudad de México. Afuera, el silencio era engañoso: apenas interrumpido por el rugido lejano de un camión y el eco metálico de unas llantas sobre la calle mojada. Yo dormía en una habitación prestada, con la ventana apenas entreabierta y el aire frío entrando como cuchillas.

La pesadilla comenzó sin previo aviso.
Sentí un cosquilleo en la encía, algo pequeño, incómodo, como cuando un grano de comida se queda atrapado. Llevé la lengua instintivamente hacia adelante… y entonces lo noté. El diente se movía.

No era un movimiento ligero, infantil, de esos que anuncian la visita del ratón de los dientes. No. Era un vaivén grotesco, como si la raíz estuviera colgando de un hilo podrido. El corazón me dio un vuelco. Llevé la mano temblorosa, dudando, y tiré.

El diente salió con una facilidad imposible, resbalando en saliva caliente. Entre mis dedos brillaba blanco, perfecto, como si acabara de ser arrancado de otro cráneo. Quise gritar, pero otro movimiento en mi boca me heló la garganta: la muela también estaba floja.

Toqué… y cedió.
Arranqué.
Un hueco más.

El sabor metálico de la sangre me golpeó en la lengua, espeso, dulce y nauseabundo. Sentí un mareo mientras los dientes se multiplicaban en mi palma: incisivos, molares, todos cayendo, traicionando la carne que debía sostenerlos. Con cada arranque, la boca se transformaba en un agujero húmedo, un pozo sin fondo.

El pánico se apoderó de mí. Intenté cerrar los labios, contener lo que quedaba, pero los dientes se deslizaban solos, como si mi boca estuviera expulsando su propia esencia.
Yo gritaba sin sonido, ahogado en un torrente tibio que me llenaba la garganta.

Desperté.

El corazón martillaba en mi pecho. El sudor frío empapaba las sábanas. Me lancé al espejo del baño, encendí la luz con un manotazo desesperado y abrí la boca con las manos.

Ahí estaban. Todos. Firmes. Brillantes.
Ni un hueco. Ni una gota de sangre.

Me quedé largos segundos frente al espejo, jadeando. La pesadilla había sido tan vívida que aún podía saborear lo metálico entre los dientes. Intenté enjuagarme, pero la sensación seguía, como un eco clavado en la lengua.

El día transcurrió gris, lento, envuelto en una incomodidad que no lograba sacudirme. Cada vez que pasaba la lengua por mis dientes, sentía un temblor fantasma, como si aún pudieran caerse.

Al caer la tarde, el teléfono sonó.
Contesté con la voz ronca.
Era mi madre.

Su tono quebrado me atravesó antes de que pudiera decir nada. Con un hilo de voz, me comunicó que mi tío había muerto esa madrugada.

Un silencio pesado cayó sobre mí. Cuando pude hablar, tartamudeé el relato de mi sueño. Al otro lado de la línea, mi madre guardó unos segundos de mutismo que me helaron más que la noticia. Luego, con una calma lúgubre, dijo:

—Cuando uno sueña que se le caen los dientes… es aviso de muerte. Siempre.

Me quedé con el auricular pegado al oído, sintiendo de nuevo el sabor metálico que no me abandonaba. Desde esa noche, cada cosquilleo en mi boca me atormenta. Cada sombra de dolor en las encías se convierte en un presagio.

Porque ya no sé si los dientes que se mueven en mis sueños son solo mi miedo… o son la mano de la muerte anunciando que, al amanecer, alguien más no estará.


Dicen que los sueños son puertas. Que algunos no son inventos de la mente, sino advertencias de algo que ya camina hacia nosotros.

¿Y tú?
¿Alguna vez soñaste que se te caían los dientes y después ocurrió una muerte cercana?
¿Crees en los presagios que llegan desde el otro lado… o prefieres pensar que solo son pesadillas?

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