¡El brindis Maldito!


En las afueras de Tapalpa, entre bosques de pinos y cabañas de lujo destinadas al descanso de los ricos de Guadalajara, se levantaba la residencia de don Ramiro, un empresario retirado. Cada tarde, después de comer, se sentaba en el amplio balcón de madera, copa de vino en mano, contemplando el lago artificial que había mandado construir al pie de su propiedad.

Aquel gesto —sentarse, alzar la copa y mirar en silencio hacia el horizonte— se volvió rutina. Los vecinos de las cabañas cercanas, al pasar en sus camionetas último modelo, solían verlo inmóvil en su sillón, como una estatua solitaria que ofrecía un saludo apenas perceptible con la copa alzada.

El lunes, una pareja de visitantes notó algo extraño: don Ramiro levantó la copa como de costumbre, pero no bebió, y sus ojos parecían fijos en un punto que no existía.
El martes, otro vecino lo vio en la misma postura, con el brazo levantado, aunque el vino de la copa estaba seco, como si nunca hubiera sido reemplazado.
El miércoles, la figura parecía más rígida; el brazo temblaba, pero se mantenía alzado, como forzado a sostener un brindis eterno.

El jueves, los perros de las propiedades aledañas comenzaron a aullar en dirección a la cabaña de don Ramiro. El aire alrededor de la residencia parecía pesado, con un olor dulzón que contrastaba con el perfume de los pinos. Nadie se atrevió a acercarse.

El viernes, la inquietud fue demasiada. Los cuidadores y un par de vecinos entraron juntos en la casa. Dentro, el silencio era absoluto, interrumpido solo por el zumbido eléctrico de las lámparas. Allí estaba don Ramiro, sentado en su sillón de cuero, con el brazo levantado y la copa aún en la mano. Su cuerpo estaba hinchado, lívido, con los ojos desorbitados fijos en la puerta. Llevaba varios días muerto.

Desde entonces, algunos juran que cada tarde, al pasar frente a la cabaña, ven una silueta en el balcón, inmóvil, con una copa levantada en un brindis silencioso. Otros hablan de la “señal del brindis”, un presagio oscuro que atrae la desgracia a quienes lo responden.

Y aunque Tapalpa siga siendo un lugar de descanso, entre las cabañas de lujo corre un rumor que hiela la sangre: si alguna vez ves una figura inmóvil levantando su copa hacia ti, nunca devuelvas el gesto. Porque quizá no sea un saludo… sino una invitación.


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