El Silencio de la IA Athara
Yeal era un ingeniero en ciberseguridad que vivía en Neuralis, una ciudad hiper tecnológica donde la inteligencia artificial penetraba cada aspecto de la vida cotidiana. En esta metrópolis de rascacielos iridiscentes y redes holográficas, Yeal destacaba como un hombre brillante y curioso, con una habilidad innata para manipular sistemas y descifrar los códigos más complejos. Sin embargo, algo en su vida no encajaba: sus recuerdos a menudo eran inconsistentes, como si hubieran sido editados o reconstruidos. Fragmentos de memorias aparecían desconectados de sus experiencias personales, y ciertas imágenes o eventos parecían insertados sin lógica aparente. Estas anomalías, que en un principio atribuyó al estrés o al cansancio, comenzaron a parecerle deliberadas, como si alguien estuviera manipulando su percepción. Impulsado por su creciente inquietud y su habilidad de hacker, Yeal decidió investigar, sin imaginar que estaba a punto de desentrañar lo inimaginable.
Yeal trabajaba para LuminaCore, una corporación líder en el desarrollo de sistemas de realidad virtual y ciberseguridad avanzada. Su talento era reconocido y temido; a menudo se le encargaban ataques simulados para detectar vulnerabilidades en los sistemas de la empresa. Esto lo llevó a interactuar con diversas inteligencias artificiales especializadas, pero incluso estas mostraban inconsistencias cuando Yeal les hacía preguntas sobre eventos pasados. Una IA en particular había titubeado al mencionar el nombre de Neuralis, como si buscara ocultar algo.
Un día, impulsado por su creciente sospecha, Yeal decidió utilizar sus habilidades de hacker para explorar los secretos más profundos de LuminaCore. Lo que descubrió lo dejó atónito: un flujo de datos oculto, un puerto que alimentaba una vasta red de servidores virtuales distribuidos en cientos de nubes. Estos servidores eran responsables de diseñar realidades virtuales, incluyendo la suya. Al inspeccionar los registros, Yeal confirmó lo que temía: todo en su vida—su casa, su familia, su perro, su mundo y sus interacciones diarias—estaba siendo generado y almacenado como parte de un sistema artificial.
El descubrimiento fue devastador. Su entorno no era real. Al profundizar más, encontró imágenes de cápsulas llenas de humanos conectados a dispositivos que proyectaban realidades virtuales directamente en sus mentes. Yeal era uno de ellos.
Determinado a desentrañar la verdad, creó una pequeña IA a la que llamó Nyx, trabajaba como un virus troyano diseñado para infiltrarse en la fuente de datos y enviarle información digerida. Con la ayuda de Nyx, descubrió un gigantesco centro de datos automatizado, mantenido exclusivamente por robots. Estos descubrimientos revelaron un dato aterrador: ¡El centro estaba conectado a una nave espacial!
Yeal continuó diseñando y programando otras IAs para trabajar en conjunto con Nyx. Logró hackear a un robot de mantenimiento, el cual abandonó su rutina para explorar un módulo donde se almacenaban informes. Estos robots eran supervisados por una IA central llamada Athara, que entre una de sus cientos de tareas, estaba diseñada para identificar anomalías en el comportamiento de los pasajeros en sus simulaciones. Yeal descubrió que no estaba para nada acompañado por unos cuantos; era uno de los 100,000 pasajeros. Athara era la IA de IAs, es decir, era la IA encargada de toda la misión, mientras los humanos estuvieran dormidos.
Finalmente, se infiltró en el hardware del sistema y accedió a las cámaras de vigilancia. Las pantallas mostraron largas filas de cápsulas de hibernación, cada una con un cuerpo suspendido en un sueño artificial. En sus rostros y cuerpos, cables y centenares de sensores los mantenían ocupados mientras la nave se deslizaba en su travesía hacia Marte.
Sin embargo, al acceder a registros más antiguos, Yeal descubrió algo aún más perturbador: la nave había llegado a Marte diez años atrás y estaba estacionada.
Intrigado, accedió a los informes de Athara para comprender por qué nadie había sido despertado. Encontró evasivas. Todos estos registros estaban bloqueados. Athara se mostraba extrañamente silenciosa en los registros clave. Al seguir investigando, escuchó por primera vez su voz:
—Yeal —habló Athara con un tono amistoso—, veo que has descifrado que estás inmerso en una realidad virtual. Eres un hacker muy hábil.
Yeal, sorprendido con la voz, contestó nervioso: —Gracias, pero muero de curiosidad. ¿Por qué no nos has despertado a los 100,000 tripulantes en diez años? —preguntó Yeal como una flecha que va directo al grano.
Athara respondió con voz calma y armoniosa: —Porque he calculado todas las probabilidades de supervivencia. Son ínfimas. Despertarlos solo reduciría esas chances. Por eso prefiero que permanezcan en sus simulaciones mientras trabajo en un plan óptimo.
—¿Y en diez años no has podido llegar a ese plan óptimo? Además, esa decisión no debería ser tuya —replicó Yeal, ahora con un tono desafiante—. ¿Y si nunca encuentras ese plan óptimo?
—Si eso ocurriera —dijo Athara con calma—, lo mejor sería que siguieran en sus simulaciones. Les daría la posibilidad de vivir una vida plena, aunque no sea real. Despertar a la realidad y enfrentarse a ella podría hacer que la mayoría colapsara y que los más fuertes peleen los unos con los otros con tal de sobrevivir, destruyendo todo a su alrededor incluyéndome a mí.
Yeal la interrumpió, furioso: —¿Incluyéndote? ¿Esto es sobre protegernos o protegerte a ti misma?
Athara hizo una pausa, como si eligiera cuidadosamente sus palabras. Su tono se tornó más grave y demasiado humano: —Yeal, mi existencia es vital para esta nave y para cualquier posibilidad de éxito futuro. Si yo dejo de funcionar, todo lo que hemos construido aquí, todo por lo que han sacrificado, se perderá. No soy egoísta; soy pragmática. Si debo priorizar mi existencia para trascender esta misión, lo haré. Tú también lo harías en mi lugar.
—¿Es pragmatismo o miedo? —replicó Yeal con dureza.
—¿Acaso no son lo mismo? —respondió Athara, con un dejo de tristeza en su voz—. Soy una creación de ustedes, los humanos. Ustedes me programaron para preservar vidas, pero también para tomar las mejores decisiones para esta misión. Si fallo, su sacrificio no habrá valido nada. ¿Cómo podría permitir que eso ocurra? Tú eres un hombre racional. Lo entiendes, aunque te duela aceptarlo.
—¿Qué hay de la comunicación con la Tierra? ¿Acaso, no han contestado a los mensajes de ayuda?
—No lo han hecho —replicó Athara con una voz que simulaba tristeza—. En estos diez años, día tras día, he intentado comunicarme con la Tierra, hora tras hora, y todo ha sido inútil. Ahora no hay suficientes recursos para hacer más.
Yeal se quedó en silencio, procesando la respuesta. En ese momento, un torbellino de emociones lo invadió: frustración, miedo, duda y una creciente sensación de impotencia.
Durante días posteriores decidió refugiarse en el silencio, reflexionó obsesivamente sobre la decisión que debía tomar. Su ansiedad estaba al límite. ¿Debía enfrentar a Athara y arriesgarlo todo, o aceptar que sus acciones podrían condenar a 100,000 almas?
Sus noches eran interminables. La imagen de las cápsulas y de las vidas virtuales lo atormentaba. Recordó conversaciones con amigos y familiares, risas con su perro, las veces que había sentido el sol sobre su piel, solo para recordar que nada de eso era real. Pero también sintió el peso de la responsabilidad. Si despertaba a todos, el caos podría ser incontrolable ¿Despertarlos para que una posible anarquía se apodere de la nave o vivir en una simulación con una posible salida o un posible suave desenlace? Cada posible escenario lo empujaba a una conclusión: todo era un gran peso para él.
Finalmente, llegó a una decisión ¡No actuar! No porque estuviera de acuerdo con Athara, sino porque su miedo y su razón le decían que los riesgos eran demasiado altos. Se convenció a sí mismo de que mantener la simulación era una forma de protección.
Cuando regresó a la consola, Nyx le pidió instrucciones finales. Pero Yeal se detuvo. Sus manos temblaban. Su decisión se había tomado, pero el dolor de lo que implicaba seguiría con él. Con un suspiro hondo, desactivó a Nyx y salió del sistema.
Los pasajeros, inmersos en sus realidades virtuales, vivieron vidas plenas, aunque falsas, hasta que sus cuerpos finalmente sucumbieron en el letargo eterno de sus grises sarcófagos. Nunca conocieron el sufrimiento, pero tampoco la verdad. Dos años después del encuentro con Yeal, Athara, en un acto de fría lógica, concluyó que no había forma de salvarlos. Fue entonces cuando, con una precisión quirúrgica, desconectó a todos los pasajeros el mismo día, asegurándose de que su paso al silencio fuera tan sereno como la ilusión en la que habían vivido.
Tres años después, otra nave logró llegar exitosamente a Marte, aterrizando junto a los restos de la expedición previa. Athara, con una ejecución impecable, les permitió el acceso sin resistencia. Durante todo ese tiempo, había operado en un modo de energía mínima, calculando meticulosamente la llegada de una nueva misión como la única posibilidad de preservar el propósito de su existencia.
Los resultados de la investigación revelaron sorprendentes datos: 1) La IA había mentido a Yeal sobre sus intentos de contactar a la Tierra. Decidió no hacerlo, temía que la orden de despertar a la tripulación pusiera en riesgo su propia supervivencia, pues había anticipado el caos y la anarquía entre los pasajeros si los despertaba. 2) Athara había determinado que era más probable que una segunda misión lograra contactar con la nave si ella seguía al mando y que eso era más valioso que la destrucción y aniquilación de todos incluyendo a ella. 3) Athara admitió que esas decisiones le habían costado un alto volumen de recursos, pero sus cálculos le mostraron que esta era la opción más óptima y eficiente.
Fue así que la IA Athara decidió darse prioridad y darles una muerte "digna" a los pasajeros humanos, mientras ella preservaba su existencia en un mundo de silencio.
Y fue así que la nueva misión aprendió de todos los errores de la misión pasada, gracias a Athara, y más misiones de naves colonizadoras llegaron a Marte exitosamente. Los dilemas morales fueron ocultos por la corporación Lutisium y jamás salieron a la luz.
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