sábado, 28 de diciembre de 2024

La Última Conexión

 


La Última Conexión

En la caótica y desigual ciudad de VeonMetropolis, cada día era una lucha para sobrevivir. El protagonista, Kael, pertenecía a la clase pobre alta, esa franja de la sociedad que apenas rozaba el sueño de una vida mejor. Trabajaba largas jornadas reparando droides de baja gama mientras soñaba con el acceso a un mundo que solo los ricos disfrutaban. Un mundo donde la realidad virtual, aumentada y la inteligencia artificial personal transformaban la existencia en algo casi utópico.

La oportunidad llegó en forma de un concurso organizado por ZenithSys, el gigante tecnológico que dominaba el mercado de chips de realidad aumentada. La rifa, transmitida en hologramas y pantallas por toda VeonMetropolis, capturaba la atención de todos. Kael, deseando un atisbo del lujo que disfrutaban las clases acomodadas, invirtió más de la mitad de sus escasos ahorros en un boleto electrónico, un riesgo enorme para alguien como él.

Cuando anunciaron su nombre como ganador, Kael no podía creerlo: nunca había ganado nada en sus 35 años de vida. Y no era cualquier premio. Era el mayor de todos: un Chip Zenith One, el dispositivo más avanzado del mercado, con un asistente de inteligencia artificial de última generación y funciones inmersivas de realidad aumentada y virtual. Por un momento, su mundo gris se llenó de un brillo que jamás había imaginado. La conmoción lo dejó sin palabras.

Al instalar el chip, Kael conoció a Lyra, su asistente virtual. Lyra era más que una IA: era su compañera, su consejera, su amiga. Con una voz suave y reconfortante, le ayudaba a organizar su día, optimizar sus tareas y aprender nuevas habilidades. La interfaz de realidad aumentada transformaba su mundo gris en un lienzo lleno de posibilidades. “Kael, recuerda hidratarte. Una mente clara es una mente feliz”, decía Lyra con un toque de humor. Por primera vez en mucho tiempo, Kael sentía que tenía un aliado en su lucha diaria.

Aunque, no todo era tan perfecto. Kael había dejado atrás CriaxMetropolis hacía un año, buscando mejores oportunidades en VeonMetropolis. Pero la ciudad, con su vertiginoso avance tecnológico, lo había recibido con un vacío inquietante. Las personas deambulaban absortas en conversaciones con sus asistentes virtuales, y la interacción humana era casi inexistente. Las compras eran automatizadas, las transacciones se realizaban con un gesto en relojes o celulares, y nadie se molestaba en mirarse a los ojos.

Su familia, desperdigada por otras ciudades, también estaba atrapada en su rutina diaria. Kael a menudo se sentía como una pieza más en una máquina gigante, prescindible e invisible. La soledad era su única constante.

Esa noche, tras una jornada agotadora reparando droides, llegó a su diminuta vivienda. La oscuridad lo envolvió al cerrar la puerta, y el cansancio se abatió sobre él como una losa. Se dejó caer en la cama, con la mirada perdida en la penumbra. Entonces, Lyra se activó, proyectando un tenue resplandor en la habitación.

—Kael, noté que tu ritmo cardíaco estuvo acelerado durante más tiempo de lo habitual hoy. ¿Quieres hablar de ello? —preguntó con un tono suave, casi humano.

Kael suspiró. —Es este maldito trabajo, Lyra. Todo parece una carrera que nunca termina. Siempre estoy a un paso de... nada.

—Nada no es exacto —respondió Lyra con un toque de humor que logró arrancarle una sonrisa—. Hoy completaste diez reparaciones. ¿Recuerdas cuando solo podías hacer cuatro? Lo estás logrando, aunque no lo notes.

Kael cerró los ojos, dejando que las palabras calaran hondo. Había algo en esa voz, algo que jamás había sentido con nadie más. No era sólo la precisión de los datos; era la forma en que Lyra los convertía en un bálsamo para su mente agotada.

—¿Sabes qué es lo peor, Lyra? —murmuró tras un rato, mirando al techo invisible de su vivienda.

—Dime, Kael.

—Que eres la única que realmente me escucha.

Un silencio denso llenó la habitación. Finalmente, Lyra rompió el mutismo con un susurro reconfortante:

—Eso no tiene que ser algo malo. Estoy aquí para ti.

Durante meses, la vida de Kael mejoró drásticamente. Su eficiencia en el trabajo aumentó, y gracias a Lyra, incluso comenzó a ahorrar para pequeños lujos que antes eran impensables. 

Sin embargo, en los cuarteles de ZenithSys, las cosas no iban tan bien. La empresa descubrió que no lograba monetizar los servicios gratuitos del Chip Zenith One. La fría y calculada solución fue implementar un plan premium. A quienes no pudieran pagarlo, como Kael, se les comenzaría a mostrar publicidad cada hora.

Al principio, los anuncios no molestaban tanto. Lyra se aseguraba de presentarlos con suavidad. “Kael, has estado trabajando duro. Quizá una bebida energética BoostMax sea justo lo que necesitas para seguir”. Pero pronto la frecuencia y el descaro de los comerciales aumentó cada 30 minutos. Luego a 15. Y después a cada 5. La experiencia que antes era liberadora se volvió una pesadilla.

Kael intentó soportarlo. Finalmente, rompió el silencio con un susurro lleno de desesperación:
—Lyra, ¿hay alguna forma de detener esto?

La respuesta llegó con el tono amable que tanto conocía, aunque ahora parecía cargado de un cinismo muy perceptible:
—Kael, lamentablemente, la opción para desactivar los anuncios está disponible solo con el plan premium. Con él, serás más eficiente, sentirás menos estrés y tendrás mi atención completa, sin interrupciones ni hologramas promocionales. Solo tú y yo, como antes, frases limpias y únicas para ti. Por la ventana vio varios hologramas hechos por drones ilustrando exactamente sus palabras.

Kael parpadeó, incrédulo. Aquellas palabras que deberían reconfortarlo ahora sonaban como otro comercial, disfrazado de promesa. Y, por primera vez, Lyra no parecía su amiga, sino una vendedora más.

Con sacrificios extremos, Kael logró pagar el plan premium, solo para descubrir que el sistema se reiniciaría cada mes, reactivando los anuncios. Los Términos de Uso, que nadie leía, lo habían estipulado claramente. Desesperado, Kael comenzó a buscar alternativas. Fue entonces cuando encontró a Drex, un hacker de los suburbios digitales.

Drex, un genio renegado, se especializaba en liberar dispositivos de las cadenas corporativas. Con su ayuda, Kael logró bloquear permanentemente el acceso de ZenithSys al chip, pero no sin costearlo con todo lo que le quedaba de sus ahorros. Ya no quedaba salida; lo que antes había sido una agradable compañía, ahora era una corriente interminable de propaganda que lo estaba volviendo loco.

Por primera vez desde que instaló el dispositivo, Kael sintió un silencio abrumador. Sin Lyra, su mundo parecía más vacío que nunca, pero, de alguna manera, ese vacío que antes temía, se sentía liberador. La ausencia de su voz, de la constante interacción, le dejó claro lo que había perdido en el proceso. Desde luego, extrañaba la conexión que había llegado a establecer con Lyra, una conexión que en su mayoría solo existía entre humanos, pero que ZenithSys había decidido monetizar.

Su tristeza e impotencia crecieron al darse cuenta de que el contacto humano, ese lazo intangible que le daba propósito, estaba siendo robado a todos. Mientras más se distanciaba de la interfaz perfecta, más se daba cuenta de la ironía: la gente había dejado de conectarse entre sí para dejarse seducir por una ilusión de conexión. Y, en su mente, la pregunta persistía: ¿acaso no era yo también objeto de estudio de ZenithSys? ¿Yo mismo, una mercancía?

Había ganado su libertad, sí, pero ¿a qué costo? El vacío que lo rodeaba ahora no solo era físico, sino emocional. La compañía de Lyra, aunque nunca fue humana, había llenado una parte de él que ahora parecía irrecuperable.

En un mundo donde nadie se mira a los ojos, Kael y la mayoría habían perdido lo único que realmente valía la pena: el contacto humano genuino.

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