La pandemia covid-9 estaba en pleno clímax, el confinamiento en casa demandado por las autoridades había sido relajado, pero la moral y la ciencia dictaba seguir guardados, pero pocos respetaban apenas la sana distancia. Mucha gente decidió salir y los brotes escalaron. El encierro comenzaba a afectar la psique de muchas familias, los divorcios y separaciones escalaron. Menos mal que era una persona con mucha imaginación y fantaseaba con todas las mujeres del vecindario para satisfacerme. Casi con cada una de ellas había practicado ya el kamasutra en la ducha, en la cama, en la mesa, en la ventana, en el coche, en donde fuera, ya fuera por la tarde, la noche o la mañana. Obvio, que con las que fantaseaba eran mujeres jóvenes y esbeltas. Después trataba de recordar todas aquellas mujeres con las que fantaseaba en la universidad, la prepa y la secundaria. Todo iba bien, lograba sortear los días y mantener una estabilidad emocional con este largo confinamiento.
Habían pasado apenas dos días que parecían una semana. Desde luego, tenía que seguir mi rutina anti ansiedad y anti depresión. En mi dieta incluía ostiones una vez a la semana, pues me encantaba mantener mis erecciones por horas. También comencé a meter mi pene en todo tipo de orificios que encontraba en mi casa mientras fantaseaba. Todo bien, todo bien, siempre muy orgulloso de mi imaginación super depravada. Dormía siempre profundamente y el encierro parecía no afectar.
Pasó una semana y la curva seguía plana, pero había muchos brotes. Ahora, presentaba una especie de cansancio crónico por tanta masturbación, apenas podía levantarme para presentarme a trabajar remotamente (el trabajo remoto se había convertido en la norma). Me decía, tengo que seguir con mi tratamiento anti ansiedad aunque ya no pueda más. En las noticias todo apuntaba a que esto iba para largo, un muy largo tiempo, meses.
A la mañana siguiente, me encontraba regando las plantas de mi casa y pasó mi vecina la pasadita de kilos, jamás en mi vida la había volteado a ver. Se agachó para limpiar los desechos de uno de sus perros, mis ojos se agrandaron. Llevaba unos leggins negros que resaltaban bastante sus sentaderas. Entré a la casa me bajé el pantalón, imaginé todo y adios ansiedad y depresión por... por... por unas horas. Tenía que salir, hacer algo, no había salido por un buen tiempo ni siquiera a dar una vuelta por el vecindario, todos los suministros los había pedido en línea, como un buen experto milenial en tecnologías que era. Me dije, soy joven estoy por debajo de los treintas, ese virus no me mataría y tomé valor. Salí a la calle y fui hacia el parque cercano, había mucha gente, pero las mujeres destacaban. Grandes, pequeñas, jóvenes, señoras, muy señoras, delgadas, robustas, gordas y obesas. Ahh, qué me pasa, pensé. A partir de ese momento es cuando me sentí preocupado. Yo el exigente con gustos refinados de pronto quería estacionar en cualquier estacionamiento. Y no sólo quería estacionarme, sino entrar y salir repetidas veces con frenesí de todos esos aparcamientos.
Por la noche, saqué las mermeladas y me imaginé todas esas féminas. Cada una de ellas pasó por mi miembro resbaladizo. Apenas vi mi cara de dicha celestial en el espejo al disipar toda esa ansiedad y caer en la cama rendido.
Era de nuevo, inicio de semana. Nos convocaron a una junta que dijeron era urgente. Tomé mi diadema. Como entre una neblina veía como se movía el jefe de todo el departamento en la pantalla de la computadora y anunciaba que con la crisis que había causado la pandemia de covid 19, que todo el departamento cerraría en unos meses, que por falta de recursos. Habría posibles reacomodos de personal, pero no para todos. Me levanté y miré por la ventana, como se movía el árbol. Terminó la junta y tuve que hacerme una rutina anti ansiedad y estrés . Esta vez envié porno de mi celular a la tele y jalaba y jalaba, pero no quería llegar. Salí a caminar, fui al bosque, quería relajarme. En el bosque había árboles que parecían tener muslos, me aferré a uno en especial, pegue mi pene, froté y froté, había una hendidura donde mi pene cabía perfectamente y seguí frotando, obvio miraba de vez en cuando a mi alrededor que no hubiera nadie. De pronto el frenesí y adios ansiedad y depresión por unos segundos.
Una noche más. Escuchaba el tránsito de la calle, el viento, el murmullo de la ciudad, pasaban horas y me dije, tengo que hacer algo, que tal una rutina anti estrés y ansiedad. Pero ahora no sabía qué hacer. Pensaba y pensaba, mis pensamientos eran como hamsters inquietos en su jaula, iban a todos lados sin propósito ni destino, unos sólo daban vueltas en la rueda por horas.
Comenzó a amanecer. Salí al vecindario, mi sorpresa fue ver a la mayoría de las vecinas en leggins, por su puesto, dando vueltas tratando de sortear la monotonía del confinamiento. Para mi, fue un agradable regalo, ver esbeltos cuerpos y muchos nada esbeltos, pero lo que importaba era tener material para mi sesión. Mi sorpresa fue que miraba a muchas que jamás me habían llamado la atención y entonces entré, vi mi guitarra, la tomé y directamente introduje mi miembro. Hizo sonidos desentonados pero con ritmo al entrar y salir. Yo seguía y seguía hasta que de nuevo el éxtasis.
Con la pandemia los días pasaban, pero la rutina era más marcada, la incertidumbre era el común denominador. Salir a dar la vuelta era lo más que hacía la gente en el vecindario. No estaban pálidos, pero parecían estarlo. Llevaban todo tipo de colores, pero parecían vestir de negro. No me voy a rendir, me dije. A pesar de que todos los pronósticos marcaban un largo final para esta pandemia, un final que muchos lo nombraban como la nueva normalidad, a la cual tendríamos que acostumbrarnos de ahora en adelante.
No sé cómo comencé a interesarme en el yoga, pero en esa nueva realidad infinita, me ayudó mucho. Había dejado de masturbarme hartamente. Había sentido el bienestar, al estirar cada músculo de mi cuerpo. Había logrado una gran flexibilidad cada día más y más. El problema es que un día me sorprendí con mi boca cerca de mi pene. Y mi ansiedad aún no había desaparecido por completo, así que me auto hice un oral y un sabroso beso negro. Logré, de nuevo después de unos minutos, un dichoso desenfreno de varios segundos.
Y así, la nueva realidad había llegado, como ya dije, para quedarse. Por fortuna me reacomodaron en mi trabajo. La curva de contagios bajaba, luego subía, las muertes seguían por todas partes. Pero la vida también continuaba. Por lo que tuve que reinventarme con mis perversiones terapéuticas anti estrés y ansiedad. Muy recomendables para pasar las pandemias.
Habían pasado apenas dos días que parecían una semana. Desde luego, tenía que seguir mi rutina anti ansiedad y anti depresión. En mi dieta incluía ostiones una vez a la semana, pues me encantaba mantener mis erecciones por horas. También comencé a meter mi pene en todo tipo de orificios que encontraba en mi casa mientras fantaseaba. Todo bien, todo bien, siempre muy orgulloso de mi imaginación super depravada. Dormía siempre profundamente y el encierro parecía no afectar.
Pasó una semana y la curva seguía plana, pero había muchos brotes. Ahora, presentaba una especie de cansancio crónico por tanta masturbación, apenas podía levantarme para presentarme a trabajar remotamente (el trabajo remoto se había convertido en la norma). Me decía, tengo que seguir con mi tratamiento anti ansiedad aunque ya no pueda más. En las noticias todo apuntaba a que esto iba para largo, un muy largo tiempo, meses.
A la mañana siguiente, me encontraba regando las plantas de mi casa y pasó mi vecina la pasadita de kilos, jamás en mi vida la había volteado a ver. Se agachó para limpiar los desechos de uno de sus perros, mis ojos se agrandaron. Llevaba unos leggins negros que resaltaban bastante sus sentaderas. Entré a la casa me bajé el pantalón, imaginé todo y adios ansiedad y depresión por... por... por unas horas. Tenía que salir, hacer algo, no había salido por un buen tiempo ni siquiera a dar una vuelta por el vecindario, todos los suministros los había pedido en línea, como un buen experto milenial en tecnologías que era. Me dije, soy joven estoy por debajo de los treintas, ese virus no me mataría y tomé valor. Salí a la calle y fui hacia el parque cercano, había mucha gente, pero las mujeres destacaban. Grandes, pequeñas, jóvenes, señoras, muy señoras, delgadas, robustas, gordas y obesas. Ahh, qué me pasa, pensé. A partir de ese momento es cuando me sentí preocupado. Yo el exigente con gustos refinados de pronto quería estacionar en cualquier estacionamiento. Y no sólo quería estacionarme, sino entrar y salir repetidas veces con frenesí de todos esos aparcamientos.
Por la noche, saqué las mermeladas y me imaginé todas esas féminas. Cada una de ellas pasó por mi miembro resbaladizo. Apenas vi mi cara de dicha celestial en el espejo al disipar toda esa ansiedad y caer en la cama rendido.
Era de nuevo, inicio de semana. Nos convocaron a una junta que dijeron era urgente. Tomé mi diadema. Como entre una neblina veía como se movía el jefe de todo el departamento en la pantalla de la computadora y anunciaba que con la crisis que había causado la pandemia de covid 19, que todo el departamento cerraría en unos meses, que por falta de recursos. Habría posibles reacomodos de personal, pero no para todos. Me levanté y miré por la ventana, como se movía el árbol. Terminó la junta y tuve que hacerme una rutina anti ansiedad y estrés . Esta vez envié porno de mi celular a la tele y jalaba y jalaba, pero no quería llegar. Salí a caminar, fui al bosque, quería relajarme. En el bosque había árboles que parecían tener muslos, me aferré a uno en especial, pegue mi pene, froté y froté, había una hendidura donde mi pene cabía perfectamente y seguí frotando, obvio miraba de vez en cuando a mi alrededor que no hubiera nadie. De pronto el frenesí y adios ansiedad y depresión por unos segundos.
Una noche más. Escuchaba el tránsito de la calle, el viento, el murmullo de la ciudad, pasaban horas y me dije, tengo que hacer algo, que tal una rutina anti estrés y ansiedad. Pero ahora no sabía qué hacer. Pensaba y pensaba, mis pensamientos eran como hamsters inquietos en su jaula, iban a todos lados sin propósito ni destino, unos sólo daban vueltas en la rueda por horas.
Comenzó a amanecer. Salí al vecindario, mi sorpresa fue ver a la mayoría de las vecinas en leggins, por su puesto, dando vueltas tratando de sortear la monotonía del confinamiento. Para mi, fue un agradable regalo, ver esbeltos cuerpos y muchos nada esbeltos, pero lo que importaba era tener material para mi sesión. Mi sorpresa fue que miraba a muchas que jamás me habían llamado la atención y entonces entré, vi mi guitarra, la tomé y directamente introduje mi miembro. Hizo sonidos desentonados pero con ritmo al entrar y salir. Yo seguía y seguía hasta que de nuevo el éxtasis.
Con la pandemia los días pasaban, pero la rutina era más marcada, la incertidumbre era el común denominador. Salir a dar la vuelta era lo más que hacía la gente en el vecindario. No estaban pálidos, pero parecían estarlo. Llevaban todo tipo de colores, pero parecían vestir de negro. No me voy a rendir, me dije. A pesar de que todos los pronósticos marcaban un largo final para esta pandemia, un final que muchos lo nombraban como la nueva normalidad, a la cual tendríamos que acostumbrarnos de ahora en adelante.
No sé cómo comencé a interesarme en el yoga, pero en esa nueva realidad infinita, me ayudó mucho. Había dejado de masturbarme hartamente. Había sentido el bienestar, al estirar cada músculo de mi cuerpo. Había logrado una gran flexibilidad cada día más y más. El problema es que un día me sorprendí con mi boca cerca de mi pene. Y mi ansiedad aún no había desaparecido por completo, así que me auto hice un oral y un sabroso beso negro. Logré, de nuevo después de unos minutos, un dichoso desenfreno de varios segundos.
Y así, la nueva realidad había llegado, como ya dije, para quedarse. Por fortuna me reacomodaron en mi trabajo. La curva de contagios bajaba, luego subía, las muertes seguían por todas partes. Pero la vida también continuaba. Por lo que tuve que reinventarme con mis perversiones terapéuticas anti estrés y ansiedad. Muy recomendables para pasar las pandemias.
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