EL HOMBRE MÁS GORDO DEL MUNDO

Una noche antes de acostarse, escuchaba un auto estacionado frente a la casa de los vecinos con una música detestable a todo volumen. Su esposa que se alistaba para entrar a la cama hizo una mueca de resignación. Él pensó en la crisis que vivían, una de las más grandes del país en las últimas décadas. La crisis para él no sólo era económica, sino también moral. Y se reflejaba por todas partes. Televisores que funcionaban como niñeras de sus hijos, niños que faltaban el respeto a sus mayores y jamás eran reprendidos, música que se escuchaba a todo volumen por las calles del vecindario a veces hasta altas horas de la noche, jóvenes paseando en sus autos con música superflua a un volumen estridente. Y lo peor del caso, es que nadie se quejaba de nada y todo el mundo dejaba hacer cualquier cosa a aquellas nuevas generaciones. “¿En qué momento se perdió el respeto por los demás?” se preguntaba. “¿En qué momento los caprichos de las nuevas generaciones se impusieron? ¿En qué momento los padres dejaron de valorarse ellos mismos y creyeron que satisfacer los deseos de sus hijos les traería la felicidad?” se obsesionaba con la cuestión. Reflexionaba que incluso, era casi imposible ir a la casa del vecino para quejarse de que su hijo le subía a todo lo que daba a la música por temor a una represalia, o peor aún por miedo a terminar baleado en una disputa. La psicosis era enorme, la gente prefería no inmiscuirse en nada.
Por las noches meditaba horas sobre la cuestión “¿Qué nos paso? ¿Cuál fue el error? ¿Y ahora qué podemos hacer? ¿Qué pasará? ¿Tiene que haber un gran derramamiento de sangre para que las cosas cambien? ¿Es el único modo?” Él sabía la respuesta para cambiar las cosas, o al menos creía saberla. Educación era la clave, valores morales, enseñar el respeto a los demás, ética profesional, valores humanos, civismo, etc. “¿Pero cómo se enseña eso? ¿Cuál es el modo?” Sabía la respuesta: el sistema educativo. Era necesaria una revolución educativa, invitar a la sociedad a rebelarse, a juntarse en asociaciones civiles y presionar al gobierno para generar políticas a largo plazo en favor de la educación, políticas que fueran manejadas por grupos civiles; no por gobernantes que entraban y salían después de unos años. “¿Pero cómo hacer eso?”, reflexionaba cada noche antes de dormirse y se ponía ansioso de tanto pensar. Se presionaba a encontrar una respuesta, no quería dejar ese mundo a sus dos hijos. Sabía que él podía esforzarse lo más posible para que sus descendientes no fueran unos tiranos más. Podía educarlos de la mejor manera posible, de ese modo contribuiría a hacer un mundo mejor. Pero no era suficiente, pues sus hijos vivirían infelices en un ambiente donde nadie respeta nada y terminarían siendo como todos los demás, o lo que es peor: no sobrevivirían. Quería hacer algo por la humanidad y no quería que fuera cualquier cosa. Seguido escuchaba a su esposa decirle que no le diera tantas vueltas al asunto, pero él no pensaba rendirse, sabía que en la historia siempre hubo mentes que habían logrado encontrar la verdad y de algún modo trasmitirla de persona a persona para trabajar como un solo ente con gran fuerza de cambio. Con esa esperanza, aquella noche, dejó la cuestión de lado por el momento. Sabía que una respuesta le llegaría para lograr ese cambio. Le dio un beso en la frente a su esposa y se quedó profundamente dormido.
Tiempo después, exhausto de tanto trabajo, decidió tomarse las tardes para ver televisión que no había visto en meses. Y una tarde, acostado frente al televisor pensó “Santo cielo, estos programas no hacen más que apelar al morbo de la gente” También sintió que la programación cada vez era más amarillista y dedujo “Seguramente se debe a esta crisis. Al ser la mayor parte del público poco educada se inclinan por programas amarillos y morbosos donde no hay que pensar mucho”. Entonces después de aquel análisis repentinamente encontró la respuesta a su gran inquietud. “Lo tengo” pensó con una euforia que se guardo para él.
Desde entonces, empezó a comer como nunca. Comía más de cinco veces al día. Todos los días hacía escala en restaurantes de comida rápida gringa. Por las noches se iba a los tacos, a los hot dogs de los puestos de las esquinas.
Un año después, de pesar sesenta y nueve kilos pasó a pesar ciento veinte kilos. Continuó con su dieta de tacos, refrescos, pizzas en todo tipo de restaurantes de comida rápida gringa. Todo el mundo empezó a desconcertarse al ver como alguien que siempre se había mantenido en su peso, estaba aumentando a un ritmo muy acelerado. Su familia preocupada le preguntaba por qué estaba engordando así nada más y el jamás les contestaba. Su esposa alarmada decidió dejarlo porque siempre se negaba a hablar del problema y por más que le sugería visitar a un psicólogo para resolver sus problemas, él nunca lo hizo. Y lo que derramó el vaso de agua fue ver que estaba pagando a nutricionistas para que lo ayudaran a engordar y a veces no había ni para los gastos familiares. Su esposa ganó la custodia de sus dos hijos pequeños. A pesar de eso, él iba todos los días a visitarlos y les decía “Hijos, ya verán, yo voy a cambiar este país para que sea mejor para ustedes”
Pasaron cinco años y no paraba de comer. Llegó a trescientos cuarenta kilos. En su oficina rompió más de diez sillas. Al final, ante la imposibilidad de movimientos, el gerente le propuso trabajar desde su casa. Y así desde su casa siguió tragando comida, ordenando decenas de pizzas por día. No paraba.
Una tarde su madre lo visitó y mientras él comía unos tacos en la mesa del comedor, ella le preguntó “¿Te has vuelto loco hijo?” “No madre” contestó “sé lo que estoy haciendo, ya verás, lo hago por todos ustedes, por el país, por todo el mundo. Esto va a ser la mejor obra de mi vida”
Cinco años después, pesaba quinientos kilos y cuando salía a la calle todo mundo lo miraba con asombro, como si se tratará de un pequeño elefante paseando por la ciudad. Mucha gente lo detenía y le decía “Señor, ¿Podemos mi familia y yo tomarnos una foto con usted?”
Él empezó a frecuentar una plaza donde se hizo conocido por su gran tamaño y gordura. Un día una televisora local lo entrevistó y le preguntó: “¿Cómo es que usted llegó a este peso?” “Fue por decisión propia, y todavía no llego al peso que me he propuesto como meta” contestó “Todavía no, ¡Vaya! ¿Y cuál es su meta si se puede saber?” preguntó el locutor con cara burlona “Seiscientos kilos, quiero ser el hombre más obeso del mundo, quiero que propaguen mi meta, estoy seguro que en un par de años lo voy a lograr”
Pasó un par de años y el hombre había sido visitado por medios y televisoras del todo el mundo: CNN, Discovery Channel, National Geographic, MTV, etc. Todas las cadenas televisoras que explotaban el morbo que ya eran la gran mayoría, lo buscaron para entrevistarlo. El hombre no podía moverse más, seguía trabajando desde su casa. Su madre y una ayudante que había contratado, lo asistían con el aseo personal y la comida. “Entonces usted superó a cualquier hombre gordo en este planeta y ahora acapara la atención de todo el mundo”, le preguntaron un día. “¿Ahora qué sigue? ¿Usted continuará engordando? ¿Qué es lo que se propone? ¿No necesita ayuda para adelgazar?” preguntaba un entrevistador de un programa televisivo “No, no, adelgazar no, estoy bien así, me quiero mantener. Como dije a otras televisoras esto fue decisión mía y me convertí en esto porque tengo un mensaje para todos” dijo mirando a la cámara quien tomaba cada ángulo de su gordura, que era como una enorme gelatina humana. Recostado en una cama matrimonial que abarcaba por completo, transmitió su mensaje para cientos de televisoras en todo el mundo “Tenemos que hacer una revolución educativa, tenemos que exigir a nuestros gobiernos que apuesten por la educación a largo plazo, por los valores humanos, morales, por la ética profesional, por el civismo. Tenemos que unirnos todos y hacer una sola voz que demande lo que les digo. Sólo eso cambiará el mundo. Ustedes televidentes creen que me puse así de gordo nada más por nada, pero no, me puse así porque sabía que la mayoría estaría aquí viéndome y así podría pasarles mi mensaje. La falta de educación por parte de nuestros sistemas hace que las televisoras hagan programas como este, porque el pueblo es lo que pide, y hoy es lo que más tenemos, estamos mal, les pido reflexionar…”. Habló de todos los detalles de su idea. Y a pesar de que la enorme audiencia inició viéndolo con la mera intención de satisfacer su morbo, no falto quienes lo escucharon atentamente y lo apoyaron.
Un año después, científicos empresarios que habían oído su discurso y habían sido testigos de su éxito, le hicieron unas piernas mecánicas que podían soportar su enorme peso. Ahora no sólo su gran peso era un atractivo morboso, sino también sus piernas. Parado frente a miles de personas por todo el mundo continuó con su evangelización; además, lo siguieron cientos de asociaciones civiles en pro de la educación. Estas asociaciones civiles daban seguimiento a planes educativos a largo plazo. A partir de ahí, el mundo comenzó a cambiar para bien.



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